Claro de luna
Una noche fría bogotana, iluminada por el máximo esplendor de la altivez
lunar. Arropaba el silencio a la calle 80ª al sur occidente, era más que
silencio. Al final de la calle se colaba a través del salón comunal un hilo de
luz que alumbraba uno de esos carteles fúnebres y en letras grandes y en
negrita se leía: ¡qepd JULIA CACERES
TAUTIVA! Un frío gélido corrió por mis piernas hasta hacer espesa mi saliva.
La tristeza se dibujó en mi cara y recordé que la tragedia tiene mueca
instantánea.
La costeña nos había dejado, se resistió a olvidar y ser olvidada. El
amor más grande de su época, en cuyas arrugas se dibujaba el palpitar de su
sentir, convirtiéndola en una especie rara, casi única.
¡No puede estar muerta! Dicen que negarse a la tragedia, es un derecho
humano ¿Cómo no pudo escapar del olvido con el embrujo de su sonrisa? Me
pregunte, mientras las manos de la amargura apretaban mi garganta.
El mismo sonido del silencio me saco del ensimismamiento, baje la mirada
y llore desde la raíz de mi alma.
Mis pasos casi con voluntad propia, emprendieron una marcha sin rumbo,
al cruzar una de las esquinas del barrio almenar volví a sentir las ramas del
dolor que se clavaban en mi pecho.
Al abrir la puerta de mi casa, respire profundo, me mire en el espejo e
intente reconocer a la extraña que se reflejaba en él.
En la mesita observe mi colección alegre de cactus, al lado una pila de
papel con muchos escritos… sentí asco del mundo, de las palabras… de la levedad
del ser.
Se me antojo un trago, busque en mi caja de cd’s uno de mis favoritos,
me senté en mi cojín gris frente al aparato de sonido, me concentre en el
sonido del lector láser y subí todo el volumen, en un intento de tocar mi
espíritu y callar los te amo de los escritos.
De pronto, sentí el llanto de mi alma lleno de olvido atrapado en las
yemas de mis dedos. Absorta, detallé mis manos y me sentí viva. Al instante con
horror, descubrí que no tenía cansancio, comprendí que no había sentido el
sabor del vino, ni la suavidad del cojín; que era mentira que mis cactus casi
marchitos estuvieran alegres y con dolor en mis ojos, con un dolor profundo,
recordé que yo soy JULIA CACERES TAUTIVA.
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